Tres minutos

Sé de sobras que esto es infantil. Es un juego infantil y carente de toda demostración científica. Pero también sé que si deseas algo con todas tus fuerzas puede que termine pasando, y que si cierras los ojos y aprietas los puños mientras lo piensas, las probabilidades de que ocurra aumentan considerablemente.
Y sobre todo sé que las cosas más importantes de la vida pueden hacerse en pocos segundos. Y a ti, por lo que me dice el reloj de la biblioteca, todavía te quedan tres minutos por delante.
Tienes casi 180 segundos para entrar por esa puerta, dirigirte hasta mi mesa, tirar los apuntes a tomar por el culo y besarme ante la atónita mirada del resto de estudiantes, y de mis incrédulos amigos que se parten de risa con este tipo de juegos.
Dos minutos y medio, quizá menos. Se oye la puerta, me sobresalto y entra una gorda... Falsa alarma.
Desde pequeño he jugado a estas cosas, aunque hoy es especial. Hoy me he prometido a mí mismo que será la última vez. Cuando tenía doce años tenía más excusa, pero ahora con veintitrés tal vez es hora de madurar, dejarme de tanta tontería y centrarme por fin en todo el temario que se me acumula encima de la mesa.
Creo que no debe quedar más de un minuto, pero no voy a ponerme nervioso. Aun queda tiempo de sobra.
Si entras por esa puerta antes de las siete en punto, serás para mí.
Venga, joder...